Se cuenta que en medio del patio de un cuartel militar situado junto a un pueblecito cuyo nombre no recuerdo, había un banco de madera. Era un banco sencillo, humilde y blanco.
Junto a ese banco, las veinticuatro horas del día, los soldados se alternaban en una guardia constante, noche y día. Nadie sabía por qué. Pero lo cierto es que la guardia se hacía. Se hacía noche y día, todas las noches, todos los días, y de generación en generación, todos los oficiales transmitían la orden y los soldados la obedecían.
Nadie dudó nunca, nadie preguntó nunca: la tradición es algo sagrado que no se cuestiona ni se ataca: se acata. Si así se había hecho siempre, por algo sería. Así se hacía, siempre se había hecho y así se haría.
Y así siguió haciéndose hasta que un día alguien, no se sabe bien quién, quizás un general o un coronel curioso, quiso ver la orden original. Hizo falta revolver a fondo los archivos. Y después de mucho hurgar se encontró: ¡Hacía 31 años, 2 meses y cuatro días que un oficial había mandado montar guardia junto al banco, que estaba recién pintado, para que a nadie se le ocurriera sentarse sobre la pintura fresca!
Buenas noches Agustín,
¿le importaría que incluyera su post en mi blog como añadido a una reflexión propia sobre el tema de las tradiciones?
un saludo y sigue así 😉
No hay problema, saludos.
Muchísimas gracias. Le copiaré el post cuando lo publique por si le resulta de interés. Un saludo y feliz año nuevo!