Meditar es interrumpir la actividad cotidiana para dejar que la inercia mental se reduzca (J. Manzanera)
No podemos negar que la mente es una herramienta magnífica para resolver problemas y conseguir objetivos, pero también puede ser un lastre cuando no sabemos dirigir los pensamientos o regular las emociones. Nuestra mente parece tener vida propia y repite ciertas tendencias, que se hacen más evidentes al poner presencia, al meditar. Frecuentemente surgen obstáculos que se interponen en el camino. Cuando empezamos a interiorizar lo primero que suele aparecer es el incesante parloteo mental. A eso se refieren los budistas cuando comparan a la mente con un mono loco que salta de una rama a otra.
Los contenidos mentales que observamos son diversos (por ejemplo, podemos elaborar juicios y poner etiquetas, revivir hechos pasados alegres o traumáticos, imaginar un futuro estupendo o catastrófico, dar muchas vueltas a un problema, etc) y van coloreados de un tono emocional (ansiedad, alegría, aburrimiento, tristeza, etc). Esas emociones, ya sean agradables o no, se reflejan en sensaciones corporales.
A un nivel todavía más sutil podemos experimentar una tendencia a aferrarnos a las experiencias agradables y a rechazar las molestas. La mente entra en un juego de apegos y de aversiones.
Necesitamos tomar consciencia de nuestros contenidos mentales para aprender a canalizarlos y desidentificarnos de ellos. Hay una serie de tipos habituales de inercia mental que nos causan sufrimiento, como son la impaciencia, la tendencia a distraerse, la resistencia al cambio y al dolor, el apego y la aversión, las críticas y juicios, los patrones negativos como el pesimismo y la preocupación, etc.
La práctica meditativa trata de poner consciencia en nuestras inercias y tendencias mentales y la perseverancia nos va a ayudar a reducir o neutralizar el malestar que nos aportan.
La capacidad humana de pensar es extraordinaria, pero la capacidad de no pensar lo es todavía más (D. Chopra)