¿Y si en lugar de valorarnos por nuestros logros con juicios hechos desde la mente, nos aceptamos y nos queremos desde el corazón simplemente por ser humanos?. ¿Y si en lugar de perdernos en pensar que somos buenos o malos, tomamos conciencia del momento presente, y nos damos cuenta que todo cambia, que los éxitos y fracasos vienen y van, que no determinan nuestro valor, que son sólo una parte del proceso de vivir?.
La compasión hacia uno mismo se refiere a los buenos sentimientos hacia la propia persona, no por ser mejores que otros ni por obtener más logros, sino por ser humanos y como tales, frágiles e imperfectos pero también magníficos. La autocompasión no es un juicio, es una aceptación de lo que somos, que además nos hace sentir conectados con los demás. Puedo aceptarme y valorarme a pesar de fracasar, a pesar de que mis resultados no sean tan brillantes como me gustaría, a pesar de ser rechazado en un momento dado… y no necesito engañarme, simplemente tomo conciencia de todo ello.
Se podría decir que al creernos individuos aislados caemos en la trampa de la separación, aparece el juego de la autovaloración por comparación con los demás. Me pienso valioso por contraste, en función de lo que me distingue del otro en lugar de apreciar lo que me une, la colaboración y la conexión.
Cuando nos vemos como parte de un gran todo interdependiente, nos aceptamos tal como somos. La felicidad real es la que surge de participar del flujo de la vida y sentirnos conectados.
Los componentes de la auto-compasión.
Podemos considerar que abarca tres elementos fundamentales. En primer lugar requiere atención plenao mindfulness, vivir nuestra experiencia conscientemente sin ignorar el dolor. En segundo lugar, es necesario que reconozcamos nuestra humanidad común, sentirnos conectados con los demás en lugar de aislados y alienados por el sufrimiento. En tercer lugar, requiere bondad hacia uno mismo, ser amable y comprensivo con uno mismo, en lugar de autocrítico.
Mindfulness significa afrontar la realidad como es, la aceptación natural de lo que ocurre en el presente para responder a nuestra situación de la manera más compasiva y eficaz.
Otra clave para entender el mindfulness consiste en diferenciar la conciencia en sí misma, de su contenido. Los contenidos de la conciencia son sensaciones, imágenes, sonidos, emociones, pensamientos. Son elementos que vienen y van, en constante cambio. Sin embargo la conciencia es lo que no cambia, la luz que ilumina los contenidos.
Cuando practicamos mindfulness encontramos la libertad de dejar de ser arrastrados por los contenidos de la conciencia – no identificarnos con lo que haya (p.e. un pensamiento de enfado, un temor, etc)- y en su lugar permanecer centrados en la conciencia misma. Eso nos da la oportunidad de poder responder de forma consciente en lugar de reaccionar automáticamente.
Dado que mucho sufrimiento emocional viene de la resistencia a aceptar lo que es, deseando que las cosas sean distintas, mindfulness alivia porque acepta y se abre a toda la experiencia desde la conciencia.
Cuando entrenamos la atención plena se incrementa nuestra capacidad de autocompasión. Igualmente al desarrollar los otros dos componentes (la bondad hacia uno mismo y la humanidad común) también se amplía nuestra capacidad de ser conscientes y se crea un círculo positivo. Es más fácil ser consciente cuando te sientes querido y conectado.