Un hombre llegó a un campo de leñadores en las montañas, en busca de trabajo. Deseaba ganar mucho dinero porque su familia lo necesitaba. Se sabía fuerte y con gran capacidad de trabajo, y es así que lleno de entusiasmo, empezó su primer día trabajó arduamente. Y como resultado, pudo cortar muchos árboles. Que bien… esto va muy bien, se dijo!!!
En el segundo día, él trabajó tanto o más esforzadamente que el primero, pero sucedió que su rendimiento apenas fue la mitad del primer día. Y bien, en el tercero se propuso entonces mejorar su rendimiento, y trabajar aún con más ahínco. Así se concentró intensamente y aplicó todo su empeño y todas sus fuerzas dando sus más fuertes hachazos contra los árboles, pero eso de nada le sirvió. Su rendimiento empeoró… Observó a un lado a uno de sus compañeros, que mantenía un rendimiento constante y sin necesidad de trabajar tantas horas como él lo hacía, vio que se tomaba descansos, y que parecía estar siempre relajado y pleno de energía. Se preguntó: ¿y cuál será el secreto que lo mantiene así?
El capataz, viendo el gran entusiasmo que le ponía, pero los pobres resultados que obtenía en su trabajo de joven leñador, le preguntó, «¿Oye amigo, y cuándo fue la última vez que afilaste tu hacha?» El joven le respondió, «No, pues no lo he hecho, NO he tenido tiempo de hacerlo; he estado muy ocupado cortando árboles». Más, en ese momento él se dio cuenta del aquel secreto de su compañero de trabajo: Cada vez que este se tomaba un descanso, utilizaba parte de ese tiempo en afilar su hacha..