Si un viaje de mil kilómetros comienza con un paso, el viaje de la meditación empieza con el cultivo de la consciencia o atención. De hecho, la consciencia es el músculo mental que nos lleva y nos sostiene en este viaje, no solo al comienzo sino en cada paso del camino. La clave de la meditación, sea cual sea la técnica que escojamos, consiste en desarrollar y dirigir nuestra consciencia.
Igual que necesitamos de la luz para realizar la actividad cotidiana, necesitamos la consciencia para realizar incluso las tareas más sencillas, aunque no seamos conscientes de la misma. Utilizamos la luz de maneras distintas: se puede concentrar en el foco de una linterna o incluso en un potente rayo láser. O se puede producir una luz indirecta, que ilumina una habitación de forma suave y difusa.
Del mismo modo, en la meditación se puede usar la consciencia de distinta forma. Para empezar se puede aumentar el poder de la consciencia desarrollando la concentración en un objeto particular (p.e en la respiración); sería como concentrar la luz en un foco. Este es el aspecto más mental de la meditación mindfulness (cultivo de la atención)
También se puede expandir tu consciencia a todo el ámbito de la experiencia (sensaciones, emociones, pensamientos)– lo que denominamos consciencia abierta – que sería como una luz ambiental que ilumina todo alrededor.
La consciencia compasiva (aspecto afectivo de mindfulness) que se recomienda en la práctica significa mantener una actitud suave, amorosa, comprensiva, aceptando lo que hay sin juicios. Es como una luz cálida, armoniosa, envolvente.
En la práctica vamos desarrollando lo que algunos llaman consciencia testigo. Se produce una gradual desidentificación de los objetos o contenidos mentales, pudiendose llegar a observar directamente la luz de la consciencia.
Meditar es calmar la mente para ver con claridad. (Vicente Simón)